18/10/12

"El alcatraz" de Daniel Lemaitre


   Llega cuando el invierno empaña el día
   y, heraldo de la recia tribunada,
   bate por la quietud de la ensenada
   el remo gris de su melancolía...
   
   De pronto corta el vuelo; se diría
   que lo ha herido la muerte a la pasada,
   y cae como cosa abandonada
   y rompe el vidrio azul de la bahía.
   
   Certero, al deglutir, del pico enorme
   sale un reflejo de metal pulido:
   ¡es el trágico fin de un pez que albea!
   
   Después, viejo filósofo conforme,
   como si nada hubiera sucedido,
   se deja columpiar por la marea...
Daniel Lemaitre Tono (1884–1961) poeta y pintor.
Cartagena, Colombia

fuente: http://libertaletra.blogspot.com.ar/2012/07/daniel-lemaitre-tono.html

15/10/12

El talento de Kupka

František Kupka (Nació en la región de Opočno, Bohemia oriental, hoy Rep. Checa, un 23 de septiembre de 1871 - y murió en Puteaux, Francia, 24 de junio de 1957) fue un pintor y artista gráfico checo considerado como uno de los pioneros y co-fundador de las primeras etapas del arte abstracto y cubismo órfico (orfismo). Las obras abstractas de Kupka surgieron de una base de realismo, pero más tarde evolucionaron hasta el arte abstracto puro.

"Autorretrato"
"El principio de la vida"

















"La vía del silencio"

10/10/12

Fernando Pessoa: "Fragmentos del libro del desasosiego III"

Los sentimientos que más duelen, las emociones que más acucian, son los que resultan absurdos - el ansia de cosas imposibles, precisamente porque son imposibles , la nostalgia de lo que nunca hubo, el deseo de lo que podría haber sido, la pena de no ser otro, la insatisfacción de la existencia del mundo. Todos estos medios tonos de la conciencia del alma crean en nosotros un paisaje dolorido, un eterno poniente de lo que somos.(...) Pero lo que nos queda de sentir todo esto es con seguridad un disgusto de la vida y de todos sus gestos, un cansancio anticipado de los deseos y de todos sus modos, un disgusto anónimo de todos los sentimientos. En estas horas de pena sutil, se nos hace imposible, hasta en sueños, ser amante, ser héroe, ser feliz. Todo está vacío  hasta en la idea de lo que es. Todo eso está dicho en otro lenguaje para nosotros incomprensible, meros sonidos de sílabas sin forma en el entendimiento. La vida es hueca, el alma es hueca, el mundo es hueco. Todos los dioses mueren de una muerte mayor que la muerte. Todo está más vacío que lo vacuo. Todo es un caótico amontonamiento de nada.     
Si pienso esto y miro, para ver si la realidad apacigua mi sed, veo casas inexpresivas, caras inexpresivas, gestos inexpresivos. Piedras, cuerpos, ideales - todo está muerto. Todos los movimientos son parajes, el mismo paraje todos ellos. Nada me dice nada. Nada me es conocido, no porque me extrañe sino porque no sé qué es. Se perdió el mundo. Y en el fondo de mi alma - como única realidad de este momento - hay una pena intensa e invisible, una tristeza que es como el sonido de quien llora en una habitación oscura.

2/10/12

ESPANTAPAJAROS / N° 11 - de Oliverio Girondo

Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura!
¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento de enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferibles a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir...!

Fuente: GIRONDO, OLIVERIO, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías. Espantapájaros. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1966 (págs. 88-89)