23/8/13

"La piel del mar" por Luisa Valenzuela

         

Demasiados cuerpos bellos para esta única extensión de arena llamada playa. Demasiados calificativos para un recuerdo que menciona a los cuerpos bellos como algo que viene muy de lejos, sumergido muy hondo en zonas que uno no quiere ni puede rastrear y sin embargo debe. Como este mar tan tenso de inocente azul que sabemos encierra en sus profundidades todo tipo de animales monstruosos. Los hay sin embargo bellos, los hay bellamente monstruos, maravillosos, desconcertantes, inimaginables. A veces saltan fuera rasgando la piel de mar que de inmediato se recompone con un aire por demás inocente. Seres tenebrosos como las bellas bañistas de piel esperanzada que corren por la playa y se revuelcan en las olas y aúllan quedamente con una felicidad que no puede postergarse.
      El mar a veces las comprende y entonces también brama -como animal en brama- y se desvive volcando todo tipo de epítetos sobre la callada superficie de la arena, receptora. Arena que deglute los epítetos, los absorbe, y aquí como siempre ocurre en estos caso y en tantos otros casos apenas similares, aquí no ha pasado nada. Como en esos momentos de la inocencia nuestra o quizás de nuestra negación cuando creemos poder y hasta podemos olvidar que ahí no más están matando a los otros que son como nosotros mismos, los están desgarrando, desangrando, y por arriba tan suave como el mar la bahía, una piel que se recompone al instante mismo de la herida, una piel para nada humana.
       La cicatrización de la piel de mar se hace en ondas concéntricas, centrífugas, que cada vez se van distanciando más unas de otras hasta perderse en la lisura. El mar no guarda recuerdos de la herida. Es condición de piedad, ésta de ir formando cicatrices para sellar heridas, de saber que una vez una cosa hizo mal y temer calladamente que vuelva a repetirse. 
Ignorando, claro, que quizás en la repetición resida la respuesta.

Valenzuela, Luisa "Cuentos completos y Uno más" Ed. Alfaguara