1/2/10

Memorias de la Infancia y otras remembranzas (parte II)

II
El rayo cruzó sobre nuestras cabezas, al tiempo que aturdidos truenos se disparaban desde los pagos de Monte Blanco, el pequeño pueblo lindero que desaparecía en el este cuando el poniente.
La llovizna se hizo eco de nuestra piel erizada ante el espectáculo desolado y aterrador de la casona de la vieja Eugenia. Apenas nos bajamos de la última rama del ombú el Rogelio me despuntó una patada en el culo y yo cayendo de boca al barro del charco - que se cobijaba detrás del ombu que habiamos sorteado con tensa escalada - tragué tierra y pedregullo hasta los molares, y así y todo le mandé al Rogelio mi buena puteada.
Empezamos a caminar despacio hasta la puerta, con un cagazo de aquellos, pero fuimos igual.
Al llegar vimos que los remaches del picaporte estaban bien oxidados por el tiempo y la humedad, con lo cual no sería complicado meterle el destornillador que llevamos para abrirlo; No terminé de pensarlo y el Rogelio ya lo manipulaba con destreza, aunque le flaqueba la presición y le seguian temblando las manos.
Lo abrió y entramos al corredor previo a la puerta principal y que se oscurecía a cada paso.
Buscamos luz. No encontramos.
- Prende el encendedor trastornado! - me gritó el granuja del Rogelio...
Ya ni me acordaba que le habíamos afanado al viejo Florencio el único de plata que se encendía con bencina y un par de cajas de fósforos en desuso, todos mojados por la lluvia. Como pudimos nos prendimos unos cigarros e iluminamos el espacio en el breve radio de nuestras patas.
La casona destilaba olor a abandono, a olvido. Nadie, desde que la finadita partió, vino desde la ciudad de San Jorge, donde supuestamente vivía el unico heredero de Doña Della Fonti; Según se cuenta en las aceras del pueblo, tenía un único sobrino, hijo de uno de sus hermanos que ya había muerto.
La vieja nunca dijo demasiado acerca de sus afectos. Era así, triste y silenciosa...hasta que decidió hacernos una señal desde el más allá, como acostumbraba... 

CONTINUARÁ