31/7/13

"De las siestas de Otoño" - Juan José Saer

El sol de los días de abril no declina, adelgaza. Salimos a caminar después de comer, tranquilos, evitando la sombra fría y parándonos a cada rato para mirar una fronda amarilla, el ornamento de una fachada. discutimos de sexo y política. Para mí, son siestas de estatuas y de sol fino; después de muchas cuadras, las sienes empiezan a picar. Pasamos por la plaza de las palomas, vamos a la costanera, nos inclinamos sobre la baranda y miramos el río. Calculo que es a esa hora que se achatan y se despliegan las ciudades. Me ha parecido, algunas veces, saberlo todo sobre las estatuas, sobre el orín que las desfigura y las mancha, sobre las casas viejas que atestiguan vidas más perfectas.
Más refinada, la luz solar -a una hora precisa- polvorienta, es suave y omnipresente. Nos sentamos en un banco de madera, sobre caminitos de ladrillo molido, para que se nos caliente la cabeza. De golpe nos quedamos sin hablar. Lo que llamamos el murmullo, el rumor de los años vividos, el ruido de lo que recordamos, va pasando, poco a poco, hasta que enmudece por completo. Entonces se empiezan a escuchar los sonidos de afuera; un auto, lejos, el grito de dos chicos que se llaman el uno al otro más allá del parque y de la gran rotonda de la costanera, o bien los chasquidos de zapatos femeninos que se arrastran sobre el ladrillo pulverizado. No conozco nada más vívido. En el corazón -¿puedo llamarlo así? - resuena el eco vacío de esos susurros. Me he sorprendido, en esos momentos, preguntándome con pavor súbito: "¿Quién soy yo y qué hago aquí?". Como después cuando caminamos de nuevo y entramos en el primer bar la sensación desaparece, he elaborado la teoría de que el sol de abril que fluye en declive lento sobre las ciudades no es saludable y de que sus efectos son parecidos a los de la marihuana, pero más difusos.    

Juan José Saer (1937-2005) - escritor Santafecino, Argentina - de "Cuentos Completos" Ed. Seix Barral

8/7/13

Preston Reed - Love in the old country (Live)

El Problema del Arte (E. Sábato)


La creación artística es un complejísimo testimonio de su tiempo, por momentos tan ambiguo y oscuro, como los sueños y los mitos; con frecuencia terrible, pero siempre constructiva en el más paradójico de los sentidos. La historia de la literatura está colmada de incestos, adulterios y traiciones, parricidios, matricidios e injurias contra las instituciones básicas de la sociedad. Bastaría pensar en los dramas de Shakespeare. Y sin embargo, pero en rigor por eso mismo, los trágicos helénicos fueron llamados por Karl Jaspers "educadores de su pueblo". Las furias no pueden ser ignoradas, y mucho menos pueden ser vilmente rechazadas: se las acepta, integrándolas en la dialéctica de la condición humana, o se paga el sangriento tributo que ha pagado la sociedad cada vez que intentó suprimirlas. En virtud de aquella enantiodromia de Heráclito, mientras más extremadamente se ha intentado racionalizar al hombre, más brutalmente reaccionaron las potencias oscuras. Cuando la ilustración creyó haber echado a los demonios para siempre, entraron por la ventana, y en pleno auge de la Razón (y lo que es más paradójicamente grotesco, en nombre de ella), se suprimió a centenares de miles de ciudadanos, entre ellos a muchos de sus más entusiastas partidarios; y en nuestro propio siglo, el estallido más furioso de esas potencias se produjo en el país que más premios Nobel había conquistado en ciencia y filosofía. Se olvida cada vez que no debemos pretender demasiado el ángel si no queremos encontrar la bestia. 
En una civilización que nos ha despojado de todas las antiguas y sagradas manifestaciones del inconciente, en una cultura sin mitos y sin misterios, sólo queda para el hombre de la calle la modesta descarga de sus sueños, o la catarsis a través de las ficciones de esos seres que están condenados a soñar por la comunidad entera. La obra de estos creadores es una forma mitológica de mostrarnos una verdad sobre el cielo y el infierno. No nos dan una prueba ni nos demuestra una tesis, no hacen propaganda por un partido o por una iglesia: nos ofrecen una significación. Una significación que, a la inversa de aquellas tesis tranquilizantes y edificantes, tienen por objeto despertarnos y sacudirnos de ese sueño en que, según John Donne, parece transcurrir el viaje que nos lleva de la cuna a la sepultura, para enfrentarnos con nuestro duro, trágico pero noble destino de animal metafísico. ¿Puede haber una misión más alta para la literatura?. 
Si un creador es profundo, si no practica esa fabricación de best-sellers de temporada que hoy remplaza en su mayor parte aquella misión sagrada que recuerda Jaspers en los trágicos griegos, es por tanto un rebelde, es un delegado de las Furias, aun sin saberlo, y por supuesto sin quererlo. Y pobres de las naciones que olvidan o ignoran este sagrado derecho a la rebelión de sus grandes creadores. Si la madurez de un hombre comienza cuando por primera vez advierte sus limitaciones y se avergüenza de sus defectos, la madurez de una nación empieza cuando sus mejores hijos comprueban que las infinitas perfecciones con que en su infancia la creían dotada no son tales, y que, como otras naciones, como todas las naciones, su virtudes están inexorablemente unidas a su defectos. De este modo las mejores patrias, las que han dicho algo en el mundo, han sido vilipendiadas por sus escritores, con el corazón desgarrado y sangrante: así Hölderlin, Nietzsche y Thomas Mann, en Alemania; así Dante, en Italia; así Stendhal, Baudelaire, Rimbaud, Bernanos en Francia; así aquel noble espíritu de Pushkin que, después de escuchar riéndose las cómicas historias que le leía Gogol, con lágrimas en los ojos, exclamó: ¡Que triste es Rusia!...

Ernesto Sábato - "Apologías y Rechazos"

5/7/13

"El obstáculo" de Amado Nervo

Por el sendero, recamado en sus bordes de exquisitas plantas en flor y alumbrado blandamente por los fulgores de la tarde, iba ella, vestida de verde pálido, verde caña, con suaves reflejos de plata, que sentaba incomparablemente a su delicada y extraña belleza rubia.
Volvió los ojos, me miró larga y hondamente y me hizo con la diestra signo de que la siguiera.
Eché a andar con paso anhelado; pero de entre los árboles de un soto espeso surgió un hombre joven, de facciones duras, de ojos acerados, de labios imperiosos.
- ¡No pasarás! -me dijo, y puesto en medio del sendero se abrió los brazos en cruz.
- ¡Sí, pasaré! - respondíle resueltamente y avancé: pero al llegar a él vi que permanecía inmóvil y torvo.
- ¡Abre camino! - exclamé.
No, respondió.
Entonces, impaciente, le empujé con fuerza. No se movió.
Lleno de cólera al pensar que la Amada se alejaba, agachando la cabeza embestí a aquel hombre con vigor acrecido por la desesperación; más él se puso en guardia y, con un golpe certero, me echó a rodar a tres metros de distancia.
Me levanté maltrecho y con más furia aún volví al ataque dos, tres, cuatro veces; pero el hombre aquel cuya apariencia no era de Hércules, pero cuya fuerza sí era brutal, arrojóme siempre por tierra, hasta que al fin, molido, deshecho, no pude levantarme...
¡Ella, en tanto, se perdía para siempre!
De muy lejos me envió una postrer mirada de reproche.
- ¿Me dejas partir? - parecía decirme.
Aquella mirada reanimó mi esfuerzo e intenté aún agredir a aquel hombre obstinado e impasible, de ojos de acero; pero él me miró a su vez de tal suerte, que me sentí desarmado e impotente.
Entonces una voz interior me dijo:
- ¡Todo es inútil; nunca podrás vencerle!
Y comprendí que aquel hombre era mi Destino.