20/5/15

El agua, el espejo y la sombra - Carl Gustav Jung


Pintura de Beatriz Seijo (Artista plástica, Galicia, España)  http://www.beatrizseijo.com
El agua es el símbolo mas corriente de lo inconsciente. El lago del valle es lo inconsciente, que en cierto modo está dentro de la conciencia, por lo cual es también designado con frecuencia como lo "subconsciente" (...) El agua es el espíritu del valle, el dragón del agua del tao, cuya naturaleza es similar al agua, un yang integrado en el ying. Psicológicamente agua quiere decir espíritu que se ha vuelto inconsciente (...) El soñador que anhela subir a las claras alturas se enfrenta con la necesidad de sumergirse primero en la oscura profundidad y ese descenso se le revela como una impredecible condición del ascenso. En esta profundidad amenaza el peligro, que el prudente evita aunque con ello pierde el bien, que un atrevimiento valeroso pero imprudente hubiera hecho posible alcanzar.
El testimonio del soñador choca con una intensa resistencia por parte de la conciencia, para la cual "espíritu" es algo existente sólo en las alturas. Aparentemente, el espíritu llega siempre desde lo alto. Para esa concepción espíritu significa libertad suprema, un flotar sobre las profundidades, una liberación de la prisión de lo "ctónico" (lo que viene del inframundo) y por lo tanto un refugio para todos los timoratos que no quieren "llegar a ser" (...) Es cierto que quien mira el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí-mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la "persona", la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Ésa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante. Si uno está en situación de ver su propia sombra, soportar el saber que la tiene, se ha cumplido una pequeña parte de la tarea: al menos se ha trascendido lo inconsciente personal. Pero la sombra es parte viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma. No es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema es extraordiariamente grave, pues no sólo pone en juego al hombre todo, sino que también le recuerda al mismo tiempo su desamparo y su impotencia. (...) El encuentro consigo mismo significa en primer término el encuentro con la propia sombra. Es verdad que la sombra es un angosto paso, una puerta estrecha, cuya penosa estrechez nadie que descienda a la fuente profunda puede evitar. Hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber quién es uno, pues lo que viene después de la muerte es algo que nadie espera, es una extensión ilimitada llena de inaudita indeterminación, y al parecer no es ni un arriba ni un abajo, ni un aquí ni un allá, ni mío ni tuyo, ni bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que todo lo viviente queda en suspenso, donde comienza el reino de "lo simpático", el alma de todo lo viviente; donde soy inseparablemente esto y aquello; donde yo vivencio en mí al otro y el otro me vivencia como yo. Lo inconsciente colectivo es cualquier cosa antes que un sistema personal encapsulado; es objetividad amplia como el mundo y abierta al mundo. Soy el objeto de todos los sujetos, en una inversión total de mi conciencia habitual, en la que siempre soy un sujeto que tiene objetos. Allí estoy en tal medida incorporado a la más inmediata compenetración universal, que toda facilidad olvidó quién soy en realidad. "Perdido en-sí-mismo" es una buena expresión para caracterizar este estado. Pero este sí-mismo es el mundo; o un mundo, si una conciencia pudiera verlo. Por eso hay que saber quién es uno...