La creación artística es un complejísimo testimonio de su tiempo, por momentos tan ambiguo y oscuro, como los sueños y los mitos; con frecuencia terrible, pero siempre constructiva en el más paradójico de los sentidos. La historia de la literatura está colmada de incestos, adulterios y traiciones, parricidios, matricidios e injurias contra las instituciones básicas de la sociedad. Bastaría pensar en los dramas de Shakespeare. Y sin embargo, pero en rigor por eso mismo, los trágicos helénicos fueron llamados por Karl Jaspers "educadores de su pueblo". Las furias no pueden ser ignoradas, y mucho menos pueden ser vilmente rechazadas: se las acepta, integrándolas en la dialéctica de la condición humana, o se paga el sangriento tributo que ha pagado la sociedad cada vez que intentó suprimirlas. En virtud de aquella enantiodromia de Heráclito, mientras más extremadamente se ha intentado racionalizar al hombre, más brutalmente reaccionaron las potencias oscuras. Cuando la ilustración creyó haber echado a los demonios para siempre, entraron por la ventana, y en pleno auge de la Razón (y lo que es más paradójicamente grotesco, en nombre de ella), se suprimió a centenares de miles de ciudadanos, entre ellos a muchos de sus más entusiastas partidarios; y en nuestro propio siglo, el estallido más furioso de esas potencias se produjo en el país que más premios Nobel había conquistado en ciencia y filosofía. Se olvida cada vez que no debemos pretender demasiado el ángel si no queremos encontrar la bestia.
En una civilización que nos ha despojado de todas las antiguas y sagradas manifestaciones del inconciente, en una cultura sin mitos y sin misterios, sólo queda para el hombre de la calle la modesta descarga de sus sueños, o la catarsis a través de las ficciones de esos seres que están condenados a soñar por la comunidad entera. La obra de estos creadores es una forma mitológica de mostrarnos una verdad sobre el cielo y el infierno. No nos dan una prueba ni nos demuestra una tesis, no hacen propaganda por un partido o por una iglesia: nos ofrecen una significación. Una significación que, a la inversa de aquellas tesis tranquilizantes y edificantes, tienen por objeto despertarnos y sacudirnos de ese sueño en que, según John Donne, parece transcurrir el viaje que nos lleva de la cuna a la sepultura, para enfrentarnos con nuestro duro, trágico pero noble destino de animal metafísico. ¿Puede haber una misión más alta para la literatura?.
Si un creador es profundo, si no practica esa fabricación de best-sellers de temporada que hoy remplaza en su mayor parte aquella misión sagrada que recuerda Jaspers en los trágicos griegos, es por tanto un rebelde, es un delegado de las Furias, aun sin saberlo, y por supuesto sin quererlo. Y pobres de las naciones que olvidan o ignoran este sagrado derecho a la rebelión de sus grandes creadores. Si la madurez de un hombre comienza cuando por primera vez advierte sus limitaciones y se avergüenza de sus defectos, la madurez de una nación empieza cuando sus mejores hijos comprueban que las infinitas perfecciones con que en su infancia la creían dotada no son tales, y que, como otras naciones, como todas las naciones, su virtudes están inexorablemente unidas a su defectos. De este modo las mejores patrias, las que han dicho algo en el mundo, han sido vilipendiadas por sus escritores, con el corazón desgarrado y sangrante: así Hölderlin, Nietzsche y Thomas Mann, en Alemania; así Dante, en Italia; así Stendhal, Baudelaire, Rimbaud, Bernanos en Francia; así aquel noble espíritu de Pushkin que, después de escuchar riéndose las cómicas historias que le leía Gogol, con lágrimas en los ojos, exclamó: ¡Que triste es Rusia!...
Ernesto Sábato - "Apologías y Rechazos"