4/10/13

Fragmento de "El túnel " de Ernesto Sábato

XI

Pasé una noche agitada. No pude dibujar, aunque intenté muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de pronto me encontré en la calle Corrientes. Me pasaba algo muy extraño: miraba con simpatía a todo el mundo. Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez, y en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería. Pero he dicho que me propongo narrar esta historia con entera imparcialidad, y así lo haré.
Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad parecía abolido o, por lo menos, transitoriamente ausente. Entré en el café Marzotto. Supongo que ustedes saben que la gente va allí a oír tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye la "La pasión según San Martín*".
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* El padre de la rebelión, San Martín, que elevó como Moisés la voz de su pueblo hasta el cielo para que Caín y sus hijos encontraran su camino en América es ahora un referente perdido entre la utilización onomatopéyica de su vida que realizaron para su interés los distintos gobiernos de la Argentina y el desprecio e indiferencia de aquellos que entienden que con él se cerraron para siempre las compuertas de Europa, se certificó su exilio y destierro para siempre. Él es ahora otro de los muertos fantasmas que recorren la sociedad argentina, otro de aquellos hombres que creyeron que el orden constitucional generado a partir de 1810 y ratificado en 1816, marcaría una nueva época en el país argentino, cuando, en verdad, sólo ayudó –piensan tantos ciudadanos de aquel país mientras caminan solitarios por esta plaza sin prestar atención ni apercibirse de la presencia de María y Castel- a ratificar su condena. Sólo hay un poder vivo y éste es el de las tinieblas, el olvido, el mundo del dinero. Es un reflejo del mundo moderno. De donde acaban los sueños de independencia y emancipación de Dios: la pesadilla. Y es el mejor símbolo que se nos puede ocurrir para profundizar en el pecado original argentino. 

Ref. EL TÚNEL DE ERNESTO SÁBATO: LA SEGUNDA CAÍDA EN EL TIEMPO AMERICANO 
por Alejandro Hermosilla Sánchez (Universidad de Murcia)