6/10/10

La vejez


Esperaba alrededor de la fuente llena de mariposas. Bajo la luz soleada del mediodía.
El reflejo del camino asfaltado rebotaba directo en sus dilatadas pupilas.
Desde las rejas floridas hacia el ventanal enclavado en el centro del viejo caserón corría un caminito de canto rodado que terminaba limpio en el borde de la sombra que formaba el tejado de las galerías. 
Sentada en ese borde esperaba cruzar al lado soleado.
Extrañaba sus tiempos. Sus horas. Algunas felices y otras no tanto. 
Las lágrimas se le secaron con el correr de los años. Y la mirada solía fijarse en las imágenes de su infancia.
A través de las horas viejas, su mente vagaba entre el purgatorio de los últimos días y de los primeros.
Desde su oxidada silla de ruedas -trono de tronos- sentía la impotencia de una reina desencantada.
Y dolor.
Le bañaba la tibia ventisca de octubre las pieles arrugadas. Nadie recordaba su nombre. Ella tampoco.
En su memoria sólo quedaba el dulce sonido desde los labios de su madre, los olores de la vieja cocina, las manos de su padre, los ojos de sus amores, las caricias de sus hijos, de sus nietos...
Y la luz del sol del mediodía se hizo más intensa; Se elevó de la silla oxidada. 
Dejó atrás la sombra, pisó estable el camino de canto rodado y rodeo entera la fuente llena de mariposas. Abrió las rejas floridas y vió el caserón desde lejos. Unos cuántos como ella miraban atónitos a través del ventanal.
Tomó con rumbo incierto el camino asfaltado. 
Y pensó, con alegría, algún día regresar...