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Alejandra hizo unos cálculos y dijo:
- El viernes. Creo que el viernes habré terminado con lo más importante.
Volvió a pensar.
- Pero a último momento hay que rehacer algo o falta algo, que sé yo...No te querría hacer esperar...¿No te parece mejor que lo dejemos para el lunes?
¡El lunes! Faltaba casi una semana, pero ¿qué podía hacer sino aceptar con resignación?
Trató de hundirse en el trabajo durante aquella semana interminable, leyendo, caminando, yendo al cine. Lo buscaba a Bruno y, aunque ansiaba hablarle de ella, era incapaz hasta de pronunciar su nombre; y como Bruno presentía lo que pasaba por su espíritu, también rehuía el tema y hablaba de otras cosas o de temas generales. Momento en que Martín se animaba a decir algo que también parecía tener un sentido general, perteneciente a ese mundo abstracto y descarnado de las ideas puras, pero en realidad era la expresión apenas despersonalizada de sus angustias y esperanzas. Y así, cuando Bruno le hablaba del absoluto, Martín se preguntaba, por ejemplo, si el amor verdadero no era precisamente uno de esos absolutos; pregunta en la cuál la palabra "amor", sin embargo, tenía tanto que ver con la empleada por Kant o Hegel como la palabra "catástrofe" con descarrilamiento o un terremoto, con sus mutilados y muertos, con sus aullidos y su sangre. Bruno respondía que, a su juicio, la calidad del amor que hay entre dos seres que se quieren cambia de un instante a otro, haciéndose de pronto sublime,
bajando luego hasta la trivialidad, convirtiéndose más tarde en algo afectuoso y cómodo, para repentinamente convertirse en un odio trágico o destructivo.
- Porque hay veces en que los amantes no se quieren, o en que uno de ellos no quiere al otro, o lo odia, o lo menosprecia.
Mientras ella pensaba en aquella frase que una vez le había dicho Jeannette: "L´amour c´est une personne qui souffre et une autre qui´s enmerde". Y recordaba, observador de desdichados como era, aquella pareja un día en la penumbra de un café, en un rincón solitario, el hombre demacrado, sin afeitar, sufriente, leyendo, releyendo por centésima vez una carta -seguramente de ella-, recriminando, poniendo el absurdo papel de testimonio de vaya a saber qué compromisos o promesas; mientras ella, en los momentos en que él se concentraba encarnizadamente en alguna frase de la carta, miraba el reloj y bostezaba.
Ernesto Sábato - Fragmento de "Sobre Héroes y Tumbas" (1961) Ed. Seix Barral. Obra completa. Narrativa. Buenos Aires, 1997