9/3/10

Memorias de la Infancia y otras remembranzas (parte III)

III
Su foto añeja sobre el viejo aparador entelarañado cayó perceptiblemente al fulgor de un haz de luz que se despejó entre el espacio del ventanal de la semi-inclinada y vieja persiana.
- ¡La puta madre!, exclamó el Rogelio - casi meado hasta la botamanga del escalofrío. 
A mí se me entibio el pecho y no puede emitir palabra...
El Rogelio se animó a preguntar con un hilito de voz temblorosa al aire y mirando al techo como adivinando una ubicación exacto del almita de la pobre vieja sobre nosotros: - ¿Estás acá vieja?...vieeeeeeja...viejitaaaaaaaaa...¿estás? -
Yo no quería ni elevar el mentón, y le dije al Rogelio que nos fuéramos a la mierda, ¿A ver si todavía la desgracia de la vieja caía sobre nosotros?.Sólo atiné a acercarme hacia el enmarcado caído y a ubicarlo en el mismo lugar de cual se había desbarrancado. 
Al mirar la foto, la pobre Eugenia parecía agradecer mi gesto con una tibia sonrisa desde esas lejanas épocas bajo las glorietas de la plaza central del pueblo, abrazada a un pequeño niño con ojos saltones. Quizás sería el famoso sobrino que nunca vino a verla...Nunca lo supimos.

Después de dos meses de dudas y chusmerios en las aceras del pueblo, nos contó Gauna; Que se acercó a la casa un hombre oscuro, extraño; Medio calvo y desgarbado, un mercader de pasos lentos y mirada al suelo, como descifrando a través de un cristal en el piso todo el hedor de los subterráneos infiernos. 
Entró a la casa como si nada y se llevó sólo algunas pequeñas cosas que parece reconoció al ver la misma imágen de las glorietas.
Imagino los últimos instantes del diácono proceso de recapacitar sobre el duelo indigno y fuera de tiempo.
Finalmente cerró la puerta a la que nunca golpeó la calidez del amor y de la amistad, poniendo cerrojo a inútiles años de desdicha y soledad. 
Desde ese día, nadie oyó hablar de apariciones ni ruidos extraños en el caserón de Eugenia Della Fonti; Una triste, vieja y silenciosa almita perdida ahora en su eterno purgatorio...

Nos miramos desconcertados con el Rogelio y sin pensarlo estabamos contando de nuevo la misma historia dentro de un madejal de hilos de lo que hemos vivido y lo que vamos recordando a medida que nos tiñe canas el pasado lejano de las glorietas, las aceras y los chusmeríos del pueblo en aquellas épocas.

FIN

Pablo Ismael Atadía. "Cuentos reales de la irrealidad cotidiana" ®