Las hembras selkie pueden vivir un tiempo entre los humanos e incluso formar una familia con un hombre mortal, pero el llamado del mar es siempre más fuerte que sus vínculos terrestres...
Había una vez un pescador muy pobre que vivía en las desoladas islas del norte. Un día, mientras caminaba cerca de la costa, oyó voces, y tomando la precaución de esconderse detrás de las rocas, vio a dos hermosas mujeres de tez morena y cabello renegrido que, en un prado cercano, corrían desnudas intentando darse a la caza mutuamente. Entonces, a sus pies descubrió dos pieles de foca y decidió levantar una de ellas para examinarla. Las mujeres, en ese mismo instante, interrumpieron su juego y, lanzando un chillido, corrieron a buscar su ropa de focas. Una de ellas tomó la piel que todavía yacía a los pies del pescador y, echándosela encima, rápidamente desapareció en el mar. La otra, al ver que el pescador tenía su piel entre las manos, comenzó a llorar, suplicándole con gestos al hombre que se la devolviera. Pero el pescador vivía solo y quería una esposa. Entonces, galantemente, cubrió con su chaqueta a la mujer y la llevó a su casa y escondió la piel de foca debajo del colchón.
Pasó el tiempo y no hubo hombre más feliz que aquel pescador. Todos los días, muy temprano, salía al mar y, cuando a la tarde volvía con sus redes, veía desde la playa el humo de turba que salía por la chimenea de su casa, donde la mujer cocinaba sabrosos platos a base e algas y pescado. Por las noches, mientras afuera arreciaba la borrasca, ambos dormían abrazados a la luz de los rescoldos. Con los años, llegaron dos hijos que alegraron todavía más aquel hogar. Sí, ese hombre era feliz, pero a veces advertía una honda tristeza en los profundos y melancólicos ojos negros de su esposa.
Una noche ventosa el pescador despertó y vio que su mujer no estaba en la cama. Deslizándose hasta la puerta, la oyó hablar con alguien en voz baja. No alcanzó a oír lo que decía porque, casi de inmediato, la conversación se interrumpió y el pescador apenas tuvo tiempo de volver precipitadamente al lecho. Mientras fingía dormido, vio que su esposa cruzaba discretamente la pieza. Entonces lo venció el sueño y así pasó la noche. A la mañana siguiente, aunque se sentía muy perturbado, decidió no hacer nada hasta saber algo más. Ese día sus redes se llenaron de peces y, al caer la tarde, emprendió la vuelta hacia su hogar.
Ya en la playa, cuando volvía como otras tantas tardes a su casa, vio dos focas. Eran un macho y una hembra, tendidos en las rocas cercanas a la playa. Ayudándose con sus aletas, el macho se irguió sobre la cola y le habló de este modo al asombrado pescador:
- Anoche encontré la piel de la que iba a ser mi esposa. Tú me despojaste al despojarla de ella y la hiciste tu mujer. No te guardo rencor, porque fuiste un buen marido. Ahora contempla a tu esposa por última vez.
La hembra miró al pescador con sus tristes ojos negros. Todo duró un segundo. Cuando el hombre trató de acercarse, la foca y su compañero desaparecieron de inmediato entre las aguas. Entonces volvió a sus hijos y a la desolación de su hogar.
Fondebrider- Gambolini. "Cuentos Celtas" Ed. Ecos-Vergara. Bs.As. 2000