He sido un soñador irónico, infiel a las promesas interiores. Gocé siempre, como oro y extranjero, las derrotas de mis devaneos, espectador casual de lo que pensé ser. Nunca le di crédito a aquello en que creí. Me llené las manos de arena, la llamé oro, y abrí luego las manos de par en par para que resbalara. La frase había sido la única verdad. Con la frase dicha estaba todo hecho; lo demás, era la arena que siempre había sido.
Si no fuese por el hecho de soñar siempre, de vivir en una perpetua enajenación, podría, de buen grado, calificarme como realista, o sea, un individuo para quien el mundo exterior es una nación independiente. Pero prefiero no definirme, ser lo que soy con una cierta oscuridad y tener la malicia de no saber predecirme.
Tengo una especie de deber de soñar siempre, pues no siendo más ni queriendo ser más que un espectador de mí mismo, trato de brindarme el mejor espectáculo que puedo. Así me construyo con oro y sedas, en salones supuestos, escenario falso, decorado antiguo, sueño creado entre juegos de luces tenues y melodías invisibles.
Fernando Pessoa. "El libro del desasoseigo"