del lado del Montreal...
Esperé a tus ojos errantes,
los que nunca vinieron.
Y a la espera angustiada,
la tragedia esperada,
le siguieron infinitos
los sucesivos desbordes.
Frustraciones de medianoche
entierran el alma de sinsabores.
Al corazón errante, finito
destrozado de mil desdichas.
Ya no sé, cuáles serán las fichas
que renueven la jugada.
La libertad acertada
de una tarde ensombrecida.
El desengaño o la mentira
de mis penas apasionadas;
Suena a todo, suena a nada,
soñar eterno con tu mirada.
Desde antes del amanecer,
el desdén de la vida enclavada;
sangrados impermeables
que no drenan la herida.
Y desafíos de alternativas,
casi incomparables,
en el hálito que se esfuma
mientras arde el pensamiento.
Al vitreaux lo golpea el viento,
y una sombra en resolana.
Doy por hecha la mañana,
el sol construye sus cimientos.
He decidido ser libre,
como polvo que deja arcilla;
con mis manos desplegadas,
con mis brazos extendidos.
La felicidad desbordará mis orillas,
y extenderé mis fronteras
hacia esperanzas remotas;
Aún con sueños vencidos.
Los hechos acaecidos
van tomando mi forma,
hasta del zapato mi horma
en el camino he perdido.
Nunca tuve el valor
de sentirme tu enemigo.
Ni un ángel testigo,
de la muerte del amor.
Salvo en el preciso momento,
en que resigno mis fuerzas;
Cuando caigo del cielo
y me apedrean las alas.
Pablo Ismael Atadía