
El tinto que se vacia de los cuencos del viejo Florencio Ingratta, ojeroso y desalineado vagabundo de los rincones vacíos, a veces quemaba el cebo (en el mismo asador en que se churrasqueban los huesos de la vaquillona que faenaron en lo de Los Pulicastro), esa baranda se mezclaba con el olor a pasto humedecido por el rocío, y un silencio taciturno nos revelaba el momento en que trepariamos a las verjas de la casa abandonada donde falleció Doña Eugenia Della Fonti (Dios la tenga en la Gloria)...Ya sabíamos que se fué el cuerpo porque el ánima seguía apareciendo según los dichos del negro Benitez - que se lo cruzó varias veces cuando iba repartiendo botellas de leche desde el tambo "de los arbolitos" en la madrugada del 24 antes de que amaneciera - al igual que el gato Gauna que por las noches vaciaba los tachos de la petrolera donde juntaban la basura de dos días en la esquina oscura cuyo portal daba a la vieja casona.
Sigilosamente subimos al ombú de esa misma esquina - incluso usamos el tacho de la petrolera como escalera - para tener un ángulo más claro del portón herrumbroso y encadenado. El escenario era relamente tétrico si le sumabamos el cielo encapotado y la leve ventizca que meneaba las hojas de los álamos dormidos y las ramas semidesnudas. Nunca me habian temblado tanto las piernas y casi me pego el mamporro si no hubiese sido por el Rogelio que me agarro de la camiseta. Así, de repente, se iluminó la noche y vimos que el cielo se nos venía encima...
CONTINUARÁ ...